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domingo, 28 de septiembre de 2014

Posautor




No me preguntes si he leído Moby Dick

Solo conozco la historia de la ballena que a veces se me confunde con el soldadito de plomo

No me preguntes por el romanticismo alemán


Solo sé que por culpa de Goethe se suicidaron unos cuantos que no supieron refugiarse en una buena botella de Ginebra

No me preguntes por la Divina Comedia

Solo sé que el infierno al parecer es éste y no el de Mefistófeles como nos recuerdan en misa los domingos

No me preguntes si he leído a Foucault

Solo sé que en las cárceles el castigo es la vigilia para que no te apuñalen la dignidad

Deja ya de preguntar por el posmodernismo y la muerte del autor

Solo sé que es un tema dentro de las aulas porque en la realidad siempre te identificarán como el  autor de todos tus delitos

No me preguntes por los movimientos en la literatura

Mi único movimiento es el de mi mano sobre el espacio de la página

Basta ya de preguntar por mis conocimientos teóricos

Que esa mierda no me sirve

Cuando intento escribir mis impulsos 

Y no lanzarlos sobre ti y el resto del mundo 

que insiste en preguntar lo que no puedo responder.


jueves, 18 de septiembre de 2014

La resurrección




Un rayo de sol perdido se cuela por la ventana y acaricia su rostro inerte. Entonces su cuerpo parece volver a la vida, como en una especie de acto divino. El aire entra por las fosas nasales y llena sus pulmones otra vez, inflándole el pecho. El corazón se despierta, y la sangre vuelve a abrirse camino por sus venas. Sus mejillas recuperan lentamente el color. El pelo enredado y rubio vuelve a reflejar su brillo, bañado por los rayos de sol.

Debajo de sus ojos, el delineado desprolijo resalta sus ojeras como heridas de guerra. Los labios mal pintados dibujan un beso corrido hacia un costado. Los dedos de una mano se sacuden. De a poco, las extremidades van volviendo a la vida y comienzan a moverse. Sus párpados se abren lentamente, las pupilas respiran hondo.

Finalmente ella se incorpora y sale de su cama. Se pasea en ropa interior, arrastrando los pasos descalzos por el suelo frío.

Sobre la mesa ratona yacen varias botellas de vidrio, vasos con sobras de colores, y algunas cajas de pizza vacías. Las ruinas de varios cigarrillos desbordando un cenicero terminan de conformar la postal de una posguerra. Ella rescata el control remoto perdido entre los cadáveres, y prende el televisor en un canal cualquiera. Desde su cuarto su teléfono celular silba una melodía breve. Ella lo agarra, lee algo, aprieta algunas letras y lo vuelve a dejar. Luego se desnuda mientras camina hacia el baño. Abre la canilla y se mete en la ducha.

Las gotas resbalan por su rostro y arrastran la pintura de sus ojos, dibujándole fugaces lágrimas negras. Mientras el agua le limpia todo el cuerpo, ella empieza a pensar la manera en la que va a volver a morir esa noche.


sábado, 6 de septiembre de 2014

Profesionales



Le tiembla la mano cada vez que la retrata. Desde el primer momento en que pisó su estudio, de eso hace casi seis meses, ya no pudo controlar los caprichos de sus dedos.

Sólo de verla entrar vistiendo sus acostumbrados pantalones de jeans, una blusa ceñida al cuerpo y ese bolsito tan coqueto bajo el brazo, le late descontrolado el corazón. Ella ni siquiera necesita colocarse tras un biombo para desnudarse, él es el profesional que la retrata y que le paga; se supone que no se le mueve un pelo, ya debería estar acostumbrado.

Sin embargo, cada prenda que cae de su cuerpo y deja al descubierto un centímetro de su blanca piel provoca que sus hormonas se descontrolen y que un calor infernal lo recorra de los pies a la cabeza. Ese estremecimiento, producto del deseo y no del estrés laboral, es lo que le provoca esas sudoraciones frías que se instalan en su espalda y le erizan los vellos de la nuca.

No puede evitar humedecerse los labios cuando contempla sus pezones, imaginando que los recorre con la lengua y les deja rastro de su saliva provocando que se pongan duros, aunque sea el frío la real causa de esa reacción natural en tan bellos senos.

Su sexo da tirones de placer, hasta el dolor mismo, cada vez que su mirada se posa en la curva de su cintura, donde dejaría deslizar sus manos una y mil veces hasta llegar a ese Monte de Venus que ya conocen sus lienzos y en donde él ha rogado cada noche poder hundir su rostro y humedecerlo con su lengua hasta la saciedad.

Y cuando mira su boca tan roja y sensual, imagina sus gemidos y sus jadeos al ritmo de sus caderas. La imagina amoldándose a su miembro, henchido para ella, duro y dolorido para poseerla. Y sus manos tan bellas, lo que daría porque lo recorrieran entero y se aferraran a su sexo con desesperación y lascivia.

Le tiembla la mano cada vez que sus ojos la recorren entera e imagina que la toma a la fuerza, que al principio se resiste pero al final el forcejeo termina en resuellos de deseo puro. Y ahora, viendo su espalda, lo embarga el deseo de recorrerla con la punta de los dedos. El pincel se detiene un instante en el aire antes de llegar al lienzo, necesita recuperar la cordura y esperar a que ellos dejen de moverse involuntariamente.

La observa con los ojos entornados y no le escapa el solapado estremecimiento de los hombros femeninos. Piensa que tiene frío, no puede ver que se muerde el labio inferior y que sus ojos se humedecen. Siente lo mismo desde que la contrató como modelo, se ha conformado con la caricia de sus ojos sobre ella cada vez que la mira. En su fuero interno, guarda la esperanza de un acercamiento de su parte. Sabe, presiente, que no le es del todo indiferente por el brillo que ha llegado a ver en sus ojos, pero la desconcierta. A veces no sabe qué pensar, pero cada noche aguarda con ansiedad el nuevo día para verlo y volver a imaginar sus manos sobre ella y su cálido aliento en la piel.

Sólo le queda el consuelo de imaginar que se desinhibe para el hombre, no para el pintor, cuando abre sus piernas y deja que él hunda sus ojos en los rizos castaños de su pubis para inmortalizarla en posición tan osada. Si él supiera que se va humedeciendo poco a poco, como si fuera su pincel pintando los pliegues de su sexo; que tiene que tragarse los gemidos que se atascan en su garganta cuando lo imagina pronto a satisfacer sus deseos más oscuros…

Ambos son profesionales, habrá que ver quién dará el primer paso para entregarse a esa pasión desenfrenada que los está consumiendo desde la primera vez que comenzaron a trabajar juntos.