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martes, 9 de febrero de 2016

Muros Poéticos, Ciudades del Silencio

MUROS POÉTICOS, CIUDADES DEL SILENCIO

7ta Edición

2015
  

-POESÍA, CUENTO Y FOTOGRAFÍA-





- Fragmento del Prólogo-
Daniel José Acevedo
(Colombia)

“La ciudad la más importante obra del hombre lo reúne todo,
y nada que se refiera al hombre le es ajeno”.
(Walt Whitman)


(...) El arte se convierte en Resistencia, una que se escribe con finas letras y que algunos tararean en la oscuridad. Los nuevos artistas que salen de los barrios marginales han decidido rebelarse contra su cotidianidad, han decidido crear espacios de diálogo, de tolerancia, de amistad. Los une la música, el teatro y la poesía. Los une un sentimiento, una visión, una creación. La ciudad y el espacio se resignifican, adquieren un nuevo sentido en sus obras. Se reescribe la experiencia y las anécdotas barriales. Se reescriben los sueños y los deseos de un cambio o la frustración de un “no”.  Y de eso se trata, ángeles caídos de la semántica, navegantes de las calles nocturnas, los artistas sufren en mayor medida. Su dolor, sus lágrimas se impregnan en textos, instrumentos y pinturas. Es necesario que escape. Es necesario sacarlo de ese cuerpo, sudarlo, extraerlo, que se vaya por las alcantarillas. Dejar que los sentidos se desarticulen, no reprimirlo, llevarlo a un cuerpo sin órganos: a la escritura, a la música, a un lugar donde viva independiente, donde tenga su propia entidad. El arte crea comunidad, crea espacios de conversación, de debate y los jóvenes se integran, porque quieren construir, porque quieren crear.

Por ello, hoy es más que pertinente reflexionar sobre cómo el arte incide en la ciudad, transforma el espacio y crea una relación con él. Relaciones que implican procesos de territorialización y desterritorialización, como pensaba Deleuze. El poeta se apropia del espacio, le da forma, lo deja y lo transforma, le asigna un nuevo sentido. Nos hace ser conscientes de él: de sus avenidas, de sus parques, de sus enormes edificaciones y, sobre todo, del caudal humano que fluye todos los días a través de sus calles. Por ello propusimos una nueva edición con esta temática, donde los poetas puedan construir, en vez de muros de cemento o de balas que nos separen y nos distancien cada vez más, muros poéticos que nos junten y nos permitan converger en la diferencia, percibir al entorno y al otro como un acto necesario para construir una nueva realidad. Muros que se derritan con un gesto y que estén formados del delirio y la explosión del lenguaje.

El artista hoy crea mitos, crea sueños, crea nuevas lecturas de la realidad. Es una hoja que cae de un árbol y que quiere seguir siendo empujada por el viento para nunca terminar de bailar y zarandearse. Es alguien que se eleva sobre la multitud, no porque sea más alto, de hecho puede ser pequeño o diminuto, sino porque ha aprendido a volar. Disfruta cada momento, cada minuto, cada segundo embriagándose de poesía y música, juega cartas con la muerte y su estirpe, se burla de sus muecas y su deficiente seguro dental. El artista explota y organiza el caos, le da forma, lo somete. Hace desplazamientos, crea nuevas realidades, surfea con metonimias en el cielo y naufraga en una metáfora o en el cuerpo de una mujer. Se baña en ríos de vodka o guaro, siente el doble, siente sed. Tiene sed de palabras, sed de silencios, líquido que transforma en arcilla para construir su universo, su castillo de colores, que puede devenir poema o canción. Un castillo enorme que se vislumbra encima de la montaña verde, rodeado de palma areca, casitas de ladrillo y calles que se pierden subiendo hacia el cielo en la inmensidad. La ciudad es el escenario, no queda más que se abra el telón.