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lunes, 12 de agosto de 2019

“Del miedo a la libertad o de cómo destronar la violencia" ensayo de Angela "Malatesta" Lavinova

Minerva - @robinvvolf

Preguntas, situaciones y luego más preguntas sobre las otras preguntas


“¿Acaso el carácter erógeno del espectáculo violento no 
reposa en el hecho de presentar de un modo fijo y enmarcado
 a la figura de la víctima, buena, sufriente, tan demarcada de la 
del victimario, su cruel opuesto? Son figuras que despiertan 
horror y fascinación a la vez” 

Susana Bercovich


Intro

Ahora hay que hablar de vida y sociedad. Advertimos que de éstas se habla justo en una época donde los secuestros en el metro son una tópica tanto alarmante como bien conocida. Tan conocida, al grado de que para las mayorías se nos implanta a modo de suelos sobre los que inevitablemente pensamos nuestros siguientes pasos. A la par, esos pensamientos nos lanzan hacia búsquedas de comprensión de sus porqués, sus cómos, cuándo, quién y dónde, en torno al fenómeno, nuestros contextos y propios rostros. 

Estos son tiempos donde escuchamos, nos pensamos y nos construimos explicaciones e interrogantes en torno a titulares de prensa y de redes sociales que gritan ¡personas secuestradas en el metro de la Ciudad de México? Estas frases se repiten en cientos de formas y tienen ecos en bocas y oídos de muchas más personas todavía.

Desmenuzar recetas

Indudablemente, a partir de frases como ésta, inevitablemente nos emanan pensamientos desde alguna o todas de nuestras cinco bases interrogativas atrás mencionadas; por qué, cómo, etc. Al momento de cruzársenos tales titulares o al enterarnos que de hecho algo tan indeseable como eso le sucedió a alguien, quizás a alguna persona conocida de alguien que conocemos y porque esto nos interpela y nos hace sentir un algo que es simultáneamente cercanía y lejanía a la tragedia, esas bases interrogantes comienzan a articular nuestros pensamientos consiguientes, con el efecto añadido de también permear nuestras cotidianidades. Aunque no siempre lo notemos, en realidad éstas, junto con nuestros posteriores pensamientos, se nos llegan a internar tanto que logran trastocarnos hasta en lo más profundo de nuestras subjetividades. Individuales y colectivas.

Sin miedo a dudar, creo que cada persona que se entere de estos casos, a todas y todos, nos llega a remover algo en lo profundo incluso cuando no sepamos ni logremos visualizar qué o cuánto. Tal como un objeto que sacude el panal de nuestras memorias, nuestras sensaciones y nuestras relaciones con otras personas, este trastocamiento producido por las noticias y los tipos de información que les circundan, suceden de un modo que frecuentemente logra alborotar enjambres enteros en nuestras mentes y estómagos. Aunque seguramente es de modos distintos como cada persona lo vive, sin duda los efectos son envolventes, profundos y frecuentemente insospechados.

Definitivamente, estar detrás del teclado de una computadora portátil o de la pantalla de redes sociales y pensar el fenómeno del secuestro en el metro, o casos análogos, no tiene punto de comparación frente a quien tenga la mala suerte de no haber vuelto a casa por haberle tocado vivir uno. No digamos aún sobre lo que pasa por la mente y sensaciones de quien te espera y te busca desde un fatídico momento en que no se volvió a saber de ti.

Por supuesto, el enterarse de algo aterrador desde el privilegio de seguir con vida o desde un lugar donde no hay que vivir con traumas relacionados, no podrá jamás parecerse a vivirlo en carne propia o a presenciarlo desde esas primeras filas donde la historia termina salpicándote inevitablemente. Como cuando le pasa a alguien de tu familia o de tus círculos más próximos. No es lo mismo cuando te sucede cercanamente y especialmente porque sucede sin que lo hayas pedido.

Sin embargo, como ya se nos ha dicho de muchas maneras incluyendo aquí lo dicho por Kant y Freud, etc., de facto, incluso las interpretaciones o percepciones conjeturadas desde la lejanía, tienen toda la capacidad –en tanto posibilidad- de convertirse en anécdotas de experiencia, digamos, de primera mano. Ya que para una persona o para un colectivo, esas aproximaciones son capaces de constituir fundamentos de pautas de vida y/o de puntos traumáticos de nuestra historia. Hay que preguntarse ¿hemos pensado en lo difícil que es abordar un fenómeno sin interpretarlo con ayuda de las hipótesis que creamos a través de nuestra piel y carne? Habríamos de preguntarnos eso de modo que, en algunos sentidos, encontremos cómo y por qué es que el hecho de imaginar una situación nos hace vivirla de algún modo. Por supuesto que esto empeora si se añade sobre otras experiencias reales.

Aquí, solamente a modo de paso medio en un camino desde el que planteamos buscar soluciones para aspectos horribles de nuestras cotidianidades, estamos entrando en la pregunta sobre la efectividad de vivir algo ajeno desde un medium tan particular y lejano como lo es la imaginación y, quizás, también desde esa cosa que llamamos empatía. Hay que preguntarnos si esa manera de acercarnos a un problema es una forma prudente o suficiente para de verdad lograr algún día las soluciones que tanto anhelaríamos. Porque, de otro modo, también está la posibilidad de preguntarnos si nuestras maneras de acercarnos o de convivir con nuestras problemáticas, no solamente no logran mitigarlas, sino que incluso así conseguimos empeorarlas fomentando un recrudecimiento indeseable.

Cuando hablamos de secuestros en el metro o similares, en más de una manera, inevitablemente entremezclamos unas y otras multiplicidades de factores, de historias recientes y de nudos culturales e históricos, etc., que se suman y/o articulan a modo una amalgama de signos, símbolos y sentidos que no tardamos en denominar, erigir y percibir, convirtiéndolas en pertenecientes a nuestra realidad. De ese modo, llegamos a materializar en nuestros imaginarios algo que luego nombramos como realidad que nos ha tocado vivir. 

Todo eso que se acumula tal cual un currículum, o como compendio situacional, se trata de algo amplio, complejo y profundo que se entreteje con tópicas colectivizadas que no son solamente propias, por ejemplo, de la Ciudad de México o de alguna otra localización geográfica o cultural específica, sino que ese entretejido incluye muchos grados de colectivización. Unos grados de colectivización que en muchos aspectos incluyen también contenidos de muchos otros lugares del mundo tales como el #MeToo holliwoodense, la invasión y saqueo de Libia, los cientos de miles de personas que han huido de guerras y conflictos profundos buscando encontrar escape y refugio en países extranjeros, etc.

Hablamos desde un tiempo, un punto en nuestra historia, en que las redes de comunicación nos han permitido edificar puntos comunes y generalizaciones para muchos aspectos de nuestros imaginarios colectivos, sobre los que además anudamos multiplicidad de sentidos y marcos referenciales también potencialmente compartidos. Hablamos de un tiempo y de ciertos modos, sobre los que también hemos sido capaces de contagiarnos de ciertas versiones o modalidades de información, con las que para bien y para mal hemos inundado nuestras mentes y vísceras. 

En muchos sentidos, somos también lo resultante de todo aquello con lo que nos hemos y nos han inundado el imaginario, incluso a profundidades inimaginables. La cuestión, remarcándolo, es que esos trasfondos que inundan nuestros imaginarios, se convierten en los acervos sobre los que se sostienen nuestros sueños, nuestros miedos, nuestros lenguajes y mucho de lo que usamos para construir nuestras interacciones. Eso también significa que nuestros futuros están determinados en parte por todo eso. 

Nos surge una pregunta más: si todo aquello de lo que nos enteramos también puede convertirse en algún formato de experiencias de vida, y esto significa que nos convertimos en otra cosa distinta a quienes éramos antes de cada episodio experiencial ¿quiénes o qué somos? Después de reflexionar en torno a tantas situaciones a las que somos expuestas en tanto personas subjetivamente susceptibles nos debemos empujarnos a preguntarnos también ¿qué somos con nuestra humanidad? después de vivir tanto –quizás- directa pero también indirectamente.

Mirar los mismos objetos, desde cuantas ópticas nos sea posible

En un pequeño giro de lo hasta ahora dicho, para fijarnos un poco en aquello que nos convertimos a partir de lo que escuchamos, sentimos y decimos, sin llegar al punto de querer negar que mucha de la información que consumimos es parte de sucesos reales y verificados que suceden o han sucedido en medio de contextos turbios y difíciles de trazar, quizás tenemos que plantearnos preguntas en torno a cómo es que nos presentamos la información. 

Sobre todo, quizás también sea vital el preguntarnos sobre aquello que obtenemos con esos modos de manejar y compartirnos la información, así como también sobre cómo es que ‘digerimos’ todo eso, si es que sea cierto que lo hacemos.

Este pequeño giro de mirada hacia los modelos de nuestra economía informacional y de creación de opinión y de sensaciones, un giro que esperamos sea lo mayormente panóptico como sea posible, nos ayuda a posicionarnos sobre una perspectiva desde la que nos sea posible reconocer los vínculos entre los discursos que consumimos y las formas subjetivas en las que culminamos convirtiéndonos a partir de recibir o recaudar tanto. Según cómo lo hacemos y tomando en cuenta los usos que le damos a la información. 

Estar sobre ese montículo que nos permite vernos en relación a los discursos que nos circundan, nos permitiría mejor interpretar preguntas como las siguientes: ¿qué tal que la forma de compartirnos la información nos produce desenlaces que mejor preferiríamos habernos evitado? ¿qué tal que en realidad nuestras maneras de usar la información terminan agravando incluso aquellos aspectos que buscamos combatir en primera instancia? ¿cómo y por qué es que esto sería así? O ¿qué tal que, a modo de epidemia, nuestros usos de la información, culminan infectando y complejizando otras ramas que creíamos lejanas y seguras?

Nos diríamos y preguntaríamos todo esto y más para plantar bases sobre las cuales señalar que nuestras maneras de manejo de información, de muchas maneras han culminado en que todas y todos de maneras no inmediatas nos convirtamos en víctimas de esos casos de secuestros, de desapariciones, de vidas perdidas, y demás situaciones indeseables. Así, porque tan solo con escuchar esas situaciones y porque intentamos comprenderlas, aunque sea figurativamente y desde nuestros límites de saberes y de comprensión, parece que inevitablemente nos transportamos hacia esas situaciones con todo y nuestros horizontes más íntimos tal cual lo son nuestra carne y el quién y cómo nos concebimos. 

Hay que decir que lo más común es que, para comprender esos contextos, casi inevitablemente lo hacemos transportándonos con nuestra carne, desde una piel, desde una ropa, una cartera, un apellido, una educación, etc. Porque nuestra manera de aproximarnos al mundo generalmente no es otra sino a través de los criterios que tenemos encarnados. Porque, además, en porcentaje, muy pocas personas en nuestras sociedades han tenido acceso a las grandes metodologías y a las grandes teorías, de modo que pensamos y razonamos con lo que tenemos y desde donde podemos. Así, resulta que lo más común es que nuestros criterios no sean sino todo aquello que hemos podido construir desde nuestra propia y singular experiencia y que por tanto son criterios que tenemos encarnados también a través de nuestras propias cicatrices, nuestras creencias y también desde nuestros sueños. 

Todo esto, nuestros criterios, y aunque se traten en cada caso de algo tan anónimo y singular como lo son en cada quien, a mucha honra hay que decir que no son sino parte misma y manifestación de nuestra carne, nuestra piel, nuestros sueños y nuestros miedos, etc. Hay que decirnos que nuestro criterio para interpretar el mundo no es entonces sino aquello mismo que somos en lo más íntimo. Así, para comprender algo, nos hacemos vivirlo a través de aproximaciones figurativas provenientes de lo que podemos hacer con todo aquello que circula por nuestras venas. De este modo, todo intento por comprender algo, se convierte inevitablemente en una vivencia muy personal y cercana que, aunque pase por nuestras mentes y corazones, no necesariamente se distingue mucho de lo que plenamente sería vivir algo en carne propia.

Así, lo que nos resulta de ese paso figurativo al momento de pensar un secuestro en el metro, u otra modalidad situación indeseable, sin importar quién se lo plantee, culmina que en algunos sentidos al resto ya no nos sea necesario vivir algo en carne propia, para comenzar a tener miedo de las sombras y de los ritmos de todo cuanto objeto se cruce por nuestro camino o viceversa… por el suyo. Pero, ¿acaso eso es lo que buscamos obtener cuando nos planteamos informar a la sociedad? ¿será que sin querer busquemos llenar las mentes y corazones de todo mundo de esa sensación de terror e impotencia? De ser así, ¿por qué querríamos hacernos eso? O ¿será que lo que buscamos lograr simplemente no está sucediendo y que en lugar suceden otras cosas? ¿Sabemos qué es lo que queremos lograr? ¿sabemos cómo es que podríamos lograr aquello que querríamos lograr? ¿será que primero hayamos de ponernos de acuerdo en los qué y los cómo hipotéticos para distintas modalidades posibles de situaciones conforme a resultados realmente deseables?

Partiendo que es importante estar al tanto de todo lo circundante, de lo subyacente y de lo que pueda devenir de esas preguntas en torno a nuestras formas de pensar, de sentir, de existir y de coexistir, pensemos que hay que indagar en nuestras maneras de usar la información e incluso nuestros lenguajes, estrategias y vías comunicativas. Pensemos que hay que indagar sobre esto, desde todas las vías posibles, porque de otro modo no podríamos saber qué es lo que ha hecho que subirnos al metro hoy, no se parezca a lo que fue haberlo hecho ayer. O hace un mes, o hace un par de años. O caminar en la oscuridad.

Pensemos que hay que indagar en lo que está debajo de lo que está debajo, de lo que está debajo, … a tantas capas como sea necesario ir en profundidad y a tantos replanteamientos que nos sean requeridos, hasta dar con explicaciones realmente suficientes para comprender el hecho de que no sea lo mismo ir en jeans que en ropa de trabajo. Entender no solo por qué es que las sombras del metro puedan elegirte como su canapé del día, sino por qué es que esa sensación de que te pueda suceder sea ahora algo en apariencia tan común y generalizado entre tantas personas. Pensemos que hay que indagar en qué momento y cómo llegó a ser que ya no me es lo mismo caminar a las tres de la tarde que 12 horas después, o de por qué es que todo mundo ya camina con un vasto nivel de trauma encarnado, incluso quienes no han sido víctimas en carne. ¿De qué manera es que puedan surgir soluciones en lugar de que sin buscarlo creemos más oscuras jugarretas mentales? Quizá eso nos ayude a evitar que se haga más larga la lista de víctimas reales. ¿Pero cómo?

¿Por qué es que las esquinas de mi mundo se me convirtieron en sombras potencialmente irrespetuosas e incluso potencialmente homicidas? Nocivas para la existencia ¿Por qué es que una persona puede ver un callejón como un buen, tranquilo y lindo atajo hacia el supermercado y otras personas ya no pueden evitar ver ese mismo callejón como una potencial trampa mortal, de modo que resulte tan común en que lo más conveniente, para el segundo tipo de personas, termina siendo el de tomar la ruta más larga? Esas conclusiones resultan porque el criterio de elección que queda como el más prudente y ‘lógico’, parte de que es preferible todo aquello que parezca lo más seguro en lugar de que los aspectos a considerar sean lo más corto en distancia o lo más bello en términos de paisajes simples de un recorrido. Lo segundo sería solo posible en un entorno donde no predominara esa extraña sensación de sitio. Pero, ahora todo ha comenzado a parecer una trampa de ratón junto con sus potenciales consecuencias mortales.

¿Será que nuestras maneras de compartir información, o nuestras maneras de utilizarla o procesarla, de verdad y frecuentemente culminan convirtiéndonos en estas víctimas pasivas, y distantes, de distintos males? ¿Será que más allá de lograr resolver o disipar tales peligros reales, junto con todos sus consiguientes miedos resultantes, lo que más hemos hecho es llegar a percibirnos como potenciales víctimas reales? Todo esto, lo hemos hecho de manera que hemos llegado a cargar con traumas encarnados de cosas que todavía a muchas personas no nos han sucedido pero que de cierto modo compartimos con quienes sí lo han padecido. Porque, evidentemente, vivimos bajo el manto de una sombra tenebrosa que bien podría elegirnos como su siguiente entremés. Porque también conocemos a quienes lamentablemente sí han sido víctimas de esas trampas y esas sombras. ¿Cómo es que tanta información no la hemos utilizado para ir a acabar con esas sombras? ¿Hemos puesto a concertarnos, en conjuntos lo suficientemente amplios y capaces, sobre cuáles serían los cómos, los cuándos, y los dóndes para sacar esas sombras de circulación?

Otra cuestión subyacente de este giro de perspectiva, hacia una lo más panóptica posible, iría en torno a ¿cómo sería posible hablar de, denunciar (ante quiénes) y contrarrestar las desapariciones del metro, y de otros temas análogos, sin que el efecto inmediato, o el más frecuente (y pareciera que el único) sea el de hacernos caer en la sensación de este miedo que inmoviliza. O mejor aún, ¿cómo hacer que, en lugar paralizarnos, la manera de uso de información que compartamos nos permita concretar y activar mecanismos efectivamente capaces de enfrentar exitosamente las distintas problemáticas? ¿Cómo hacer que esa información, en lugar de infundirnos el miedo, podamos usarla para acabar con aquello que lo causa? ¿Habremos, antes de eso, de concertar también en torno a los mecanismos que serían necesarios para obtener resultados sensiblemente distintos? Sobre todo, señalizando lo importante que sería concertar en muchos campos, porque quizás también hemos de trabajar en mitigar lo discordante de nuestra condición colectiva actual.

Desde otro lado quizás, la cuestión sería enfocarnos más a detalle en ¿cómo manejar la información a la que hemos de exponernos? No solo para evitar convertir nuestras ciudades en esos lugares que también resultan a lo sumo sombríos para toda esta modalidad de víctimas indirectas, que son acosadas por los imaginarios colectivizados, sino que en lugar de eso efectivamente lográramos recuperar calles, barrios, espacios públicos y privados, así como transportes públicos, hasta convertirles en extensiones de nuestras más íntimas zonas de seguridad, confort y tranquilidad. Que la zona más segura sea cualquier esquina incluso desconocida.

¿Lograr eso tendrá que ver no solamente con cómo compartimos la información, sino con qué de esa información es lo que compartimos o quizás con qué o cómo hacemos de esa información al momento de la recepción? Al mencionar esto, retomamos la cuestión de que quizás no contamos con criterios eficientes o lo suficientemente compartidos, sino que actuamos desde nuestros aislamientos y nuestros anonimatos. Esto quizás nos diga que es muy importante también pensar en quiénes somos y en por qué somos así. Quizás porque de ahí nos surjan preguntas e ideas sobre aquellos detalles que querríamos modificar de nuestras propias subjetividades constituidas tanto en lo individual como en lo colectivo, para así ver por qué es que, al recibir información alguna, la asumimos desde ciertas modalidades, en lugar de otras, haciendo con esto que nuestras formas de abordaje sobre los acontecimientos, culminen produciéndonos ciertas realidades, en lugar de otras.

Con esto aquí dicho, quizás también pensemos que algunas de las preguntas en torno a los fenómenos que nos aquejan, deberían retroceder algunos pasos, hasta incluir una deliberación sobre lo que encontremos como aspectos que podríamos comprender como otros tipos de raíz del asunto. Es decir que podríamos encontrar otras causas y soluciones a ‘las desapariciones en el metro; la realidad, las ficciones, lo necesario’ etc. Quizás haya que buscar algunos tipos de raíces simultáneas de ese algo, o de todo eso, de lo que significarían las temáticas, las ópticas, las lógicas y los lugares relacionados al conjunto y enramado de esa y otras problemáticas que nos aquejan. Sin olvidar que siempre habrá más aristas por contemplar.

Quizás, de verdad y, sobre todo, hayamos de repensar mucho en términos del objeto o del fenómeno, para inteligir el mejor abordaje posible a todo aquello que circunda y sostiene ‘ese algo’ de complejidad subyacente, de nuestras problemáticas que más nos escuecen tanto en los ámbitos de situaciones de hecho sucedidas, como en nuestras ficciones, así como en las sensaciones resultantes de lo que vislumbramos como posible. Porque para abordar el tema de las desapariciones en el metro, seguramente habrá que abordar muchas otras temáticas para aprehender el cómo es que, quienes no somos víctimas directas, terminamos siendo víctimas de todos modos y sobre todo para evitar que nadie más pase a convertirse en otra víctima real.

¿Cómo me llamaste?

Esta pregunta que ahora se pone a modo de subtítulo, o alguna similar, tal como la clásica ‘¿qué me habrá querido decir?’, seguro nos ha venido a la mente o directamente a la lengua en más de una ocasión bajo situaciones donde simplemente nos surge el deseo de averiguar el sentido de algo que ha sido dicho o efectuado. Ya sea que ese deseo de averiguar la causa de lo que se nos ha sido dicho, surja después de escuchar un par de declaraciones dirigidas hacia nuestra persona, o a veces que ese deseo surja también debido a algo del contexto en el que se han dicho cosas. Aquí se habla de cuando algo así sucede, de tal modo que nos convertimos en una cara y en unas ganas de preguntar tales cuestiones a nuestros interlocutores. ¿A qué se refieren con eso?

Esa sensación apenas de duda o de alerta, de desconcierto o intriga, en tanto resultado de cosas que suceden o que son dichas que nos interpelan de maneras que no parecen ser su objetivo, debería también estar presente ante la forma como la información se nos está siendo dicha. Toda esa información que se nos está siendo presentada en los titulares y en las publicaciones en torno a los secuestros, las desapariciones, los asaltos, la inseguridad, etc., tal cual con la forma en la que nos lo dicen ¿qué nos están queriendo decir? ¿Cómo nos están llamando cuando pareciera que se dirigen hacia nuestras personas como si fuésemos ovejas o reses, marcadas con el sello de ‘posibles víctimas’ que en algún sentido ya están condenadas al matadero? Repetimos, aunque no nos haya tocado aún en carne propia.

Siempre que vemos otro titular que comienza diciendo: “estudiante que llevaba desaparecida 4 días, es encontrada sin vida en un terreno baldío”, o algo similar, un poco me resuena también como si de fondo lo que se está diciendo fuera: “ahora le tocó a ella ser sacrificada y, quién sabe, tal vez sigues tú’. ‘¡Cuestión de probabilidades, suerte!” De tal forma que, de más de una manera, esos discursos terminan marcando nuestra piel con un sello incandescente, tal cual se hace con esos animales en los mataderos. Marcándonos que quienes siguen con vida son eso: alguien que sigue con vida solamente porque tiene ya sea mucha suerte o toda una red descomunal de mecanismos de resguardo, que en todo caso no alcanza para proteger a todo mundo ni a protegernos en todos lados o a todas horas. Hasta ahora pero ojalá que lo modifiquemos.

Que conste que las preguntas aquí propuestas mejor deberían llevarnos a modificar la manera de abordar las distintas problemáticas que nos aquejan, antes que pretender montar un Estado policial o militarizado de facto. ¡Hay que ir con cuidado con lo que hacemos para no traernos situaciones peores pensándolas como soluciones y pensar que convertirnos en una sociedad organizada y consciente es lo que mejor podría sucedernos!

Todo eso que de fondo parece decir que alguien que no ha sido víctima, en otros sentidos parece diciendo que se trata de una potencial víctima. Todo espacio para el ‘no sé qué no está queriendo decir’, efectivamente parece llevarnos a concluir que lo mejor será no tentar a esa suerte. Entonces, a modo de actos resultantes desde mi percepción y mis conjeturas, comienzo a expresar mi angustia y mis miedos a gritos, de un modo que es simultáneamente evidente y silencioso: recluyéndome, ocultándome, buscando protección a partir de que toda esperanza de libertad de movilidad me aparece como virtualmente revocada, sintiéndome en riesgo, etc.

La opción ‘libre y personal’ de recluirme y aumentar los criterios de auto-preservación, es la apuesta que surge como mecanismo para evitar todas esas terribles posibles consecuencias que podrían sucederme en caso de no acatar todo aquello, todas ‘aquellas reglas’, que en realidad no sé si son lo que esos discursos de fondo me quieren decir pero que de un modo parece que sí lo han sido. Digo así porque parece que esos titulares son lo que en realidad quieren decirnos. De ese modo, todo titular que empiza con “mujer sale de la universidad y nunca vuelve a su casa” se traduce inconsciente y automáticamente en un “la vida es un riesgo; tómalo o evítalo”. Esas sensaciones que producen esos discursos, parecen indicarme que esa fuera la intención de fondo. ¿O quizás es que solamente así resulta? Porque definitivamente no parecen decir, “ah, miren, se está construyendo un mecanismo infalible para eliminar tales situaciones. ¿Por qué no siento que suceda lo segundo? ¿Así lo leo porque no sé leer en otro modo o porque no hay las bases sociales contrarias a la fragmentación que me permitan leerlo desde otra perspectiva?

A tal nivel de tecnologías de la información y de la educación ¿dónde están las noticias diciendo que es imposible que nos secuestren, debido a las inquebrantables medidas de seguridad que efectivamente podríamos conformar y para ser implementadas por nuestra propia sociedad encarnada en cada cuerpo y en su vinculación? ¿De verdad no existen tales medidas y, entonces, de verdad lo que nos queda es sentir que cada salida a la escuela, al cine o a donde sea, puede ser una aventura potencialmente letal?

A estas alturas del escrito, parece evidente que lo que se dice en los discursos ya sean mediáticos, ideológicos, culturalmente enraizados, etc., llegan a inferir en cómo es que convertimos nuestras realidades y por tanto nuestras cotidianidades de acuerdo a cómo las percibimos. Todos nuestros imaginarios colectivos parecen estarse nutriendo, o desnutriendo, de esas maneras de difundir la información o de nuestras maneras de hacer ‘qué y cómo’ con ella. ¿Qué otras preguntas, qué clase de colectivización de la información y de los actos nos hacen falta para empezar a hacer cuáles cosas?

Cierre: nuestros discursos, ¿nuestros, útiles, sí… o no?

En el campo de lo que nos pueda resultar inmediatamente perceptible, en muchos lugares y formatos, podemos encontrar evidencias de lo que a veces resulta drásticamente discordante alrededor de opiniones surgidas en torno a un mismo tema. Es evidente que esto no solamente tiene que ver con que el acceso que se tenga de alguna temática en específico, sea incompleto o que parta de imprecisiones. Muchas veces también tiene que ver con que los mismos trasfondos interpretativos, es decir las bases lógico culturales o subjetivas con respecto a los valores, las formas, los sentidos etc., que anteponemos como criterio en nuestras interpretaciones, frecuentemente resultan tan diversas que nos significan obstáculos serios incluso al momento de una deliberación conjunta en temas simples. 

Frecuentemente, estos rangos tan amplios y diversos de comprender algún objeto, son los que muy de inicio nos impiden llegar a resoluciones que necesariamente habrían de ser tomadas de forma colectiva y organizada. Eso, si ponemos en alto algo de los verdaderos valores democráticos, esos que dicen que la democracia es algo mucho más allá de solamente participar en elecciones de vez en cuando, nos serviría mucho para pensar también nuestros criterios y formatos de interacción a la hora de ponernos de acuerdo. Puesto que quizás encontremos que algo ha de hacerse para elevar nuestros postulados democráticos (de auto organización real y participativa) al nivel de su deber ser.


Efectivamente, como muchos otros lugares del mundo, el mundo contemporáneo se constituye a modo de un crisol contenedor de multiplicidad de variables.

Podemos empezar hablando, tal como ha sucedido, de si surgirán acusaciones falsas, de si lo que pasa es que hay mucha histeria rondando, etc. Mientras esas tantas maneras de no organizar o canalizar a mejores y a mayores niveles la energía de nuestras mentes, seguiremos en que gran parte de la ciudadanía tendrá que continuar gastándose en los procesos deliberativos que versan sobre cuáles estaciones del metro evitar a ciertas horas; cuáles rutas mejor evitar; qué vestimentas no elegir; etc. Esas no son las soluciones reales que mejor preferiríamos, sino que evidentemente son del tipo de soluciones de poner el polvo debajo de un tapete.

Inevitablemente sería, o mejor que sea así, visualizar que de inicio ya estamos muy adentro de una situacionalidad que sobre todo en términos de imaginarios colectivos, ya se presenta como una a lo sumo precaria y peligrosa. Repetimos que no hay que olvidar que efectivamente hay víctimas reales, cuyos nombres no debemos dejar atrás al querer pasar la página. 

La cuestión es que ya vivimos en un estado de sitio donde toda mirada de alguna persona desconocida me catapulta sospechas de sus posibles intenciones maléficas. Toda mirada, todo vehículo que pasa a nuestras cercanías, cada vez que alguien me ofrece una bebida, etc., se han convertido en situaciones potencial o hipotéticamente peligrosas que, o he de evitar a toda costa, o he de asumir con una cierta dosis de adrenalina en el acto. 

Somos víctimas de un estado de sitio originado por nuestros usos de la información, o de la falta de una mejor eficacia de su uso, o de nuestra falta de cultura para un buen manejo de ésta ¿Será que todo este amasijo de condicionantes está directamente relacionado con el abandono histórico que hemos hecho del cuidado colectivo y de los ámbitos de lo público? ¿Queremos que sea sobre el Estado donde recaiga todo nuestro cuidado y seguridad, o preferiríamos también participar de modo que podamos asegurarnos de un correcto funcionamiento social y ORGANizado en esos ámbitos? 


Cierre 2.0:

A modo de conclusión de algo que para nada está concluido, por ser un tema de cuyo peso vivimos resintiendo muchas consecuencias, cabe hacer un llamado tanto para pensar nuestros contextos como para revisar cómo y qué pensamos en torno a estos. De ese modo, poder luego pensar cuáles serían nuestros mejores actos posibles. Para que ya no haya noticias trágicas, ni en el metro ni en ningún lado.

Si lo seguimos encontrando necesario, habrá que revisar las raíces mismas de lo que subyace, a lo que subyace… de lo que subyace, bajo lo que forma parte de los contextos vigentes, porque hay detalles que nos revelarán mucho.

Quizás sería necesario eso, el no perder de vista que hay condicionantes históricamente enraizados, que están más emparentados con nuestras maneras de pensar de lo que imaginamos. Y hay que pensar que estas formas de pensar y actuar son con las que hemos construido todo, incluso ‘nuestra coexistencia’. Hay que pensar si puede ser verdad, o no, o qué tanto.

Quizás, a modo de discusiones que ojalá se hagan lo más colectivamente posible, a la hora de abordar las problemáticas desde sus sentidos pragmáticamente pensados, para frenar de golpe las desapariciones y esa sensación de terror ampliamente generalizada, habríamos de cuestionarnos qué es eso que entenderíamos como individualismos, colectivismos u otros ismos presentes en nuestros paquetes culturales. 


Así quizá podamos identificar aspectos que tengamos que encarar, para ver si habría que removerles, modificarles o sustituirles, etc.

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